El Levante es el viento dominante en mi tierra (country), es un viento seco del
Este originado en el Mediterráneo que, al cruzar el interior montañoso, pierde
toda su humedad creando la selva de los Alcornocales. Es un viento propio del
verano, donde muestra toda su crueldad haciendo bajar la humedad ambiental
hasta casi cero, con tendencia a frecuentes y atemporaladas levanteras,
intensidad superior a 50 km/h.
En
invierno suele ser más raro, predominando su contrario, el Poniente, viento
húmedo venido del mar que convierte a las alturas de la provincia en las zonas
más lluviosas de la península. Tierra de contrastes. Excepto
en los años de sequía, como este, en que el Levante toma el protagonismo que no
debiera. Llevamos un par de años de
Levante dominante y ya estamos en la peor sequía en décadas y él sigue
insistiendo por lo que temo que nos traiga una gran sequía, quizás la peor en
más de un siglo.
Me
preocupa el Levante de estos años, pero también me disgusta; en mi egoísmo
nunca le perdoné que me arruinara esplendidos días de playa, que soplara
levantando la arena por encima de mi cabeza cual tormenta del desierto, que me
hiciera levantar la tienda de campaña en mi juventud por las playas vírgenes de
mi amada costa o me impidiera montarla debiendo quedarme en casa. Nunca le
agradecí lo suficiente que su persistencia mantuviera esas playas vírgenes de
la destrucción urbanística, pero reconozco que envidio a esas personas, una
minoría, que soportan estoicamente el Levante en la playa, que pasean por
playas desiertas envueltas en un vendaval de arena sin parecer molestarles.
Sinceramente
me gustaría amar el Levante, pues siempre ha sido mi compañero, dejar de
considerarlo una molestia, un incordio para mis deseos. Me gustaría ser como él
que no se preocupa sobre el efecto que provoca, que gran maestro.
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